Hace poco tiempo hemos visto conferenciar en Guatemala a Mauricio Macri. Él dijo con un desparpajo inusual que «el populismo es mucho más peligroso que el coronavirus». Treinta y cinco días más tarde, y sólo mirando el mapa de las tres Américas, quedó demostrado que el neoliberalismo es más peligroso que el coronavirus.

Macri tuvo razón en su concepto inverso. Los países al cual él califica como populistas han preservado la salud de su gente, y por lo tanto, han sido esas políticas las menos peligrosas frente a esta pandemia. Argentina es una prueba de ello, al igual que Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador y Paraguay. Pero aquellos países neoliberales que son la excelencia de gobernabilidad, según nuestro ex-presidente, han demostrado una impotencia para resolver las consecuencias de esta enfermedad, porque en el fondo, el neoliberalismo exhibe un tremendo desprecio hacia la vida, y fundamentalmente, hacia la vida de los más vulnerables. A treinta y cinco días vista, hoy se podría sostener, sin temor a equivocarse, que es el neoliberalismo mucho más peligroso que el coronavirus, y dicho concepto no habría sido materia de burla por casi todo el expectro político.

La ideología neoliberal (que es a mi juicio la peor versión del capitalismo) califica de populista a aquellos que propenden el Estado de Bienestar, que fuera derrotado en la década del 70 y finalmente ejecutado con la globalización consecuente con la caída del muro de Berlín. Y tal fue el triunfalismo de la ideología neoliberal, que un escritor japonés llamado Fukuyama calificó a esta ideología como representante del «final de la historia». Y desde ahí avanzaron sus cruzadas hacia el mundo con un ejército de medios de comunicación de características monopólicas levantando las banderas de la meritocracia, del individualismo, y haciéndose llamar «liberales». Subestimando la cultura y caracterizando a la salud y a la educación como un gasto, y que como tal, en la primera oportunidad que se presente, debía recortarse. Y claro que tuvieron un éxito económico inédito en la historia de la humanidad. Pero ese crecimiento económico se reflejó solamente en la más grande acumulación de riqueza a la que ha asistido el mundo. Pero también a la más alta taza de marginalidad desde la modernidad hasta nuestros días.

Hoy es un virus el que pone en evidencia la impotencia de gestión de los que levantan y aplican políticas neoliberales. En efecto: la actual dicotomía entre defender la vida o defender la economía que levantan los Bolsonaro, los Trump, los Piñera y todos los periodistas mercenarios de los medios hegemónicos de comunicación de la Argentina, nos hace acordar a aquellos dibujitos animados cuando venía un ladrón y decía «la bolsa o la vida». Y solemos ver que en lugar de alegrarse porque la cuarentena está siendo cumplida heróicamente por nuestro pueblo, se preocupan por la «economía». Uno se pregunta, ¿cuándo se preocuparon estos tipos por la economía en la época de Macri?: nunca. Por eso la palabra economía para esta gente es un eufemismo: se preocupan por los negocios que no pueden hacer dentro de la cuarentena. Y cuando se les pide colaboración a los beneficiarios del neoliberalismo que han amasado fortunas obscenas como consecuencia de la aplicación de esa ideología, ponen el grito en el cielo, reavivan la meritocracia y el individualismo y es una pandemia la que le viene a dar la razón a Mariano Moreno cuando decía en su estatuto revolucionario que «las grandes fortunas en pocas manos son aguas estancadas que no bañan la tierra».

Es increíble que un bicho microscópico ponga en evidencia la derrota de la ideología neoliberal, resalte la figura de nuestros patriotas allá en el fondo de nuestra historia, reviva los dichos de Fidel Castro de hace más de dos décadas, cuando decía que «la nueva revolución recaía en las ciencias» y ponga al Estado como pilar para conducir y mejorar la calidad de vida de los pueblos desprotejidos.

Sin duda nos encontraremos frente a un nuevo mundo. Un mundo en el que vamos a reponer lo mucho que perdimos, pero también que vamos a aprovechar lo poco que nos queda.

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