por @gabrieleiriz
Las señales que tiene que atender el Presidente desde su pedestal no son fáciles, en la Argentina de hoy: sigue habiendo inflación, con pocas expectativas hacia la baja y un nivel de actividad congelado, con posibilidades inciertas de algún repunte, hacia fines de año.
Además, según el empresariado, hay un tipo de cambio con un nivel poco competitivo, y tarifas que necesitan un mayor sinceramiento todavía; un verdadero golpe al bolsillo de los asalariados. Por otro lado, las inversiones prometidas no llegan, el empleo está en coma 4 y ya se sumaron un millón y medio de pobres, más cuatrocientos mil indigentes. Un combo nada promisorio para un gobierno con un octavo de mandato cumplido, que vino a bajar la emisión y apenas logró reducirla una fracción, y un déficit fiscal que se proyecta un punto por encima del que dejó el gobierno anterior. Esto si se considera el 7% que dice el macrismo, que no coincide con los números de la Asociación Argentina de Presupuesto Publico que habla de un 4,1%.
Hasta ahora, Cambiemos en el poder parece un grupo de amigos que se ha puesto una misma camiseta y que salió a la cancha al grito de «a ganar»
Con este panorama empiezan los problemas, ya que cuando el conductor verifica el costado social e intenta ayudar a los que menos tienen, el silbato de los fiscalistas le hace notar que eso representa más déficit, que no le va a gustar a los inversores y que «el segundo semestre ya está perdido» y cuando avanza por la baja de gastos, de inmediato los bombos de la calle lo acusan de ser un «rico insensible, que gobierna con planillas de Excel».
La continua toma de decisiones ha obligado al ejecutivo incurrir en reiteradas pruebas y errores, marchas y contra marchas. Al comienzo, esto fue valorado como un gesto de humildad y si se quiere cierto altruismo. Ahora, seis meses más tarde, una sistemática política de apretar y ante los reclamos, soltar un poco, ya reviste una verdadera impericia para conducir un país. Y es que ya son muchas las voces que repiten que al PRO le queda grande la República y también la provincia de Buenos Aires. Un partido formado en la conducción municipal, como lo es la Ciudad de Buenos Aires, más allá de ser el distrito más rico del país -lo cuál lo hace aún más fácil de llevar- no es lo mismo que una nación.
Macri tiene como contras adicionales dos cuestiones no menos profundas: la primera es la mentalidad cortoplacista del argentino típico del «me salvo yo y los demás que arreen» que, si bien fue el perfil de quién lo votó para cambiar, siempre parece querer más de lo mismo, preferentemente anabólicos que le hagan la vida del día de hoy lo más confortable posible; la segunda, que el Presidente no tiene o no ha definido aún, un andamiaje ideológico que lo respalde.
La falta de un debate de fondo sobre el armazón ideológico que sustenta a Macri es más profundo y representa una carencia muy notable. Hasta ahora, Cambiemos en el poder parece ser un grupo de amigos que se ha puesto una misma camiseta y que salió a la cancha al grito de «Sí. Se puede». Mucho ánimo, pero también mucha improvisación.