El nuevo líder del partido laborista es un hombre fiel a sus ideas. Su discurso, su programa, es el mismo que ha venido repitiendo desde los años 80. Jeremy Corbyn es un izquierdista insobornable, dispuesto a enterrar el nuevo laborismo. Delgado, enjuto, vegetariano, abstemio, con sus sandalias y su inseparable bicicleta, podría pasar por un profesor jubilado. Nació en el pueblo inglés de Chippenham hace 66 años. Sus padres se conocieron haciendo campaña en la Guerra Civil española. Él chapurrea el castellano porque su segunda esposa, con la que tuvo tres hijos, es chilena y la actual, mexicana.
Hombre de firmes convicciones, el segundo divorcio se debió a diferencias sobre la escuela para los niños. Ella quería enseñanza privada, él, la pública. Este socialista que vive de acuerdo a sus creencias, llegó al parlamento en 1983 como diputado por el distrito londinense de Islington North, escaño que conserva desde entonces. En los Comunes nunca ha ocupado un cargo relevante, ni ha formado parte de ningún gobierno. En del partido laborista siempre estuvo en el ala más izquierdista.
Fue uno de los que en la década de los ochenta se resistió a los cambios de modernización. Contrario a las reformas de Tony Blair y al nuevo laborismo, se opuso con vigor a la invasión de Irak y es dirigente de la coalición ‘Stop the War’. Su designación puede complicar la tarea de David Cameron sobre la intervención militar británica en Irak, en Siria. Sobre el referéndum de la pertenencia a Europa, no se ha definido claramente. Nigel Farage, el líder del UKIP, ve en Crobyn un aliado.
Al igual que los independentistas escoceses, el nuevo líder laborista está a favor de la eliminación del sistema de armas nuclear Trident. Su preocupación más urgente es atajar la política de austeridad del gobierno que, «está conduciendo a graves desigualdades sociales». Son las bases laboristas, y no el partido, el que ha alzado a Corbyn a un estrellato insospechado. Una oportunidad de oro para los conservadores de recuperar el centro político.