seis grupos estables y varios «del momento» para organizar encuentros, compras de regalos, cumpleaños o trabajos para la facultad. Así se compone el WhatsApp de Jessica Mathov, estudiante de Psicología de 25 años para quien esta aplicación forma parte de su vida cotidiana en el sentido más literal de la palabra: lo usa desde que se levanta hasta que se va a dormir, y lo considera un «contacto constante y necesario» con su entorno. «Los grupos con los que más interactúo en el día son el de mis dos mejores amigas, el de los amigos del colegio, el de la facultad, los de mi familia (tengo uno con mi hermano y mi mamá, otro con mi hermano y mi papá) y el de unos compañeros de viaje que conocí en las últimas vacaciones», cuenta.
Como ella, miles de argentinos rinden culto diario a la aplicación. Siguen su lógica, están pendientes de cada notificación, arman grupos y grupos y más grupos que despiertan, cuándo no, sentimientos contrapuestos: la queja constante por la cantidad de notificaciones y la «obligación» de permanecer en ellos, pero también la certeza de que darse de baja es sinónimo de quedar afuera de (casi) todo.
Así, estos grupos desplazan las cadenas de mails y las llamadas telefónicas para atravesar todas las edades y círculos sociales: está el de las mamis del jardín, el de los papis de la escuela, los grupos de varios amigos simultáneos, el del trabajo, el de las parejas estables o incipientes; están los fanáticos del mensaje de voz (junto con los detractores que no quieren escucharlos) y claro: esos infaltables que nacen y mueren para un evento puntual, cada uno con su dinámica, códigos y contratiempos propios. Se crean, se abandonan y se vuelven a crear en versiones más reducidas. Todo el tiempo. No es raro, teniendo en cuenta que la Argentina encabeza el top ten mundial de usuarios de WhatsApp. Según un reciente estudio realizado por la consultora GlobalWebIndex, dedicada a medir las tendencias en consumos digitales, el 57% de los adultos que tienen Internet chatea, lo cual nos coloca en el séptimo puesto de la lista, liderada por Sudáfrica. Y el 68% de ese porcentajes participa de múltiples grupos. «WhatsApp hoy se usa más como red social, como diálogo colectivo -asegura Alejandro Artopoulos, sociólogo y profesor de la Universidad de San Andrés-. Es la app ideal para lo que se llama el micromanagement familiar. Y lo que más se usa, claro, son los grupos, tanto para familias, amigos, padres de escuelas, etcétera, como para grupos de trabajo». «Soy de la época del mensaje de texto, pero esto te abre la puerta a conversaciones más largas y mesas redondas múltiples», dice Franco Marinucci, de 28 años, un médico que participa de entre 12 y 15 grupos simultáneos. Entrar es fácil, lo complejo es darse de baja. «Si algún grupo excede el comentario, la necesidad o la anécdota, yo me bajo. Pido perdón si es necesario, pero me salgo, porque me parece un abuso», asegura Jessica, aunque también admite que tomar esa decisión le cuesta, y mucho. El dilema se impone en las miles de pantallas: ¿somos autónomos con respecto a este uso o hemos quedado atrapados en la lógica del diálogo infinito?
EL DE LAS MAMIS
Un diálogo hasta el infinito
Lunes, 7.05 AM. Agarro el celular. Ochenta y seis mensajes de WhatsApp. La cifra asusta, cómo no. ¿Será récord? Creo que no. Pulso el ícono verde. Tal como sospechaba, son de 1° C, el grupo de mamás del colegio de mi hijo. Busco el mensaje que desató esa catarsis colectiva a esas insólitas horas de la mañana del lunes en las que uno se siente un poquito más miserable que de costumbre. ¿Habrá ocurrido una desgracia? ¿Se habrá incendiado el colegio o muerto alguien? Nada de eso. A un nene le faltaba su camperita de gimnasia y la madre preguntaba si algún desprevenido la tenía en su casa. Uf, falsa alarma. Respiro aliviada. No, parece que nadie tiene la camperita. «Estará en el colegio», dice una. «Ojalá la encuentres», alienta otra. «A mi hija también le falta», acota una más. Y de paso, ya que estamos, alguna mamá anuncia que el lunes que viene es el cumpleaños de «fulanito» y que mañana manda por cuaderno la invitación. Y no falta quien pregunta si alguna sabe qué dan de comer en el comedor hoy. La cadena de mensajes sigue y puede seguir hasta el infinito. Yo la abandoné al tercer mensaje, incapaz de seguir leyendo y más aún de escribir algo. Fui la última en unirme al grupo y por un tiempo fantaseé con ser la primera en abandonarlo. Pero no me atreví. Aunque mi resistencia duró unos cuantos meses, terminé sucumbiendo. Y aunque el haberme unido tiene un indudable sabor a derrota, me consuelo pensando que son pequeños sacrificios. Y, ¿quién sabe?, tal vez algún día sea yo la que necesite preguntar por chat y a horas insólitas si alguna tiene en su casa la camperita de Tomás.
Laura Reina
EL DE LOS PAPII
Extrañas formas masculinas
Menos comentado y conocido que el «whatsapeo» fabril de las mamis, pero igual de efervescente. Así es el universo que se esconde en los chats de grupos de padres que contienen menos «jajaja» y más… cómo decirlo… p-o-r-n-o. Resulta llamativo, curioso y para algunos incómodo. Pero una de las características del WhatsApp de los grupos de hombres adultos es que se comparten fotos o escenas pornográficas a escala masiva, como si eso representara la reafirmación varonil de que ese chat no es para indecisos sexuales. «El otro día estaba en una reunión y me vibra el celular… miro el chat de los padres de la escuela de mi hijo y pensé que era algo importante, pero me encuentro con una foto porno: ¡eran las tres de la tarde!», confiesa Martín, gerente de una multinacional, que se puso nervioso. Si se hiciera una encuesta, el 90 por ciento de los hombres que tienen un grupo de chateo con sus pares seguramente recibió algo porno de uno de los miembros. En general se trata de una persona, que por razones no demasiado discutidas, funciona como el distribuidor de este tipo de materiales a toda hora (intercalados con cadenas de chistes). «Iba a plantearle este tema la próxima vez que nos encontráramos pero me dio vergüenza porque nadie dice nada», agregó Martín. Al parecer, la distribución de este tipo de materiales es como un guiño, una muestra de extraña complicidad, aunque en la mayoría de los casos no son grupos de amigos íntimos. «Las imágenes quedan guardadas en el celular y a veces lo agarran mis hijos», dice Martín que no quiere bajarse por miedo a quedar mal con el grupo.
Franco Varise
EL DE LAS PAREJAS
Más histeria recargada
El «moriremos de histeria» puede sonar exagerado pero las desventuras de Cupido en los tiempos que corren parecen tener una misma raíz: la histeria generalizada que atraviesa todo género y grupo etario. Y en ese escenario, llega WhatsApp y sus «vistos» para terminar de enredarnos por completo en la maraña neurótica del amor 2.0 (que tiene ya abundantes ejemplos exitosos y no tanto) en la consolidación de parejas jóvenes. Para muestra, bastan un par de botones: «Si cambio mi foto, ¿pensará que la cambié por él?» «Si pongo una foto con mis cuatro sobrinos, ¿creerá que quiero casarme y tener hijos ya?» «Si ve que estuve online a las 3 de la mañana de un martes, ¿pensará que vivo de joda?» «Si le escribí hace siete minutos y no contestó, ¿puede decirse que me > o debería repetir cual mantra que «mis tiempos no son los tiempos del otro»?» «¿Cuánto me conviene esperar para volver a escribirle?» «¿Debería volver a escribirle?» Todas estas preguntas atormentan a hombres y mujeres que, dispositivos mediante, buscan encontrarse adentro de este universo digital con códigos y modos particulares. Si la pareja prospera, luego vendrán las especulaciones del tipo: «Algo pasa, ya no me contesta tan rápido como antes» o «¿Por qué me habla en monosílabos?». Quizás sea cuestión de volver a las fuentes: llamarnos y encontrarnos de verdad. Puede que así logremos ganarle al menos una batalla a la histeria reinante de la que Whatsapp no está excenta: más bien lo contrario.
Carolina Amoroso
EL DE LOS AMIGOS
Ese juego de círculos rojos
Generan paranoia, discordia. Y hasta pueden entenderse como una traición una vez que se ventilan porque uno metió el pulgar en el avatar equivocado, o porque alguien, simplemente, habló de más. Pero al mismo tiempo son deliciosamente necesarios, una consecuencia lógica para achicar las conversaciones. Hay que saberlo: siempre existe un grupo paralelo. Se suelen repetir dos dinámicas. Una es la del círculo rojo, el núcleo duro de los grupos de WhatsApp. Esos que nacieron como desprendimientos de otros más grandes, integrados con no más de tres o cuatro miembros. En «Mamis vip», o «Los pibes turbo», o la «Liga blue» se tantea, por ejemplo, el día para proponer la juntada y así asegurarse la presencia de la mesa chica: «Digan entonces que pueden el jueves». Así, con el plan precocido, se larga al grupo grande como si nunca se hubiera hablado. Después está el paralelo per se, el grupo blue. Ese que tarde o temprano asumirá la condición de oficial, con el costo de haber dejado a uno o más miembros en el camino, hablando solos en un grupo que ya no es más que una cáscara. ¿Por qué pasa? A veces se condena al que no habla seguido, o a la que no aparece, o al que ya no es tan cercano. Hay casos, por supuesto, de fuerza mayor. Como ese grupo de amigos y parejas. Salidas al teatro, recomendaciones de series, juntadas a comer. Todo genial, hasta que una de las parejas se peleó. Y ella nunca se bajó del grupo. Él llegó a rogarle al administrador -su amigo- que la eliminara. Pero el otro se negó: no daba hacer algo así. La solución se sabe: el ex creó el grupo paralelo. Sin ella, claro.
Fernando Massa
EL DE LOS MENSAJES DE VOZ
Que el dedito no se resbale
El universo del chat puede dividirse entre dos grandes grupos: los que los aman y los que los detestan. Los que usan y abusan de esta herramienta todo el día y los de la vereda de enfrente, que si detectan un mensaje de audio en la conversación de WhatsApp ni siquiera se molestan en escucharlo. «¡Basta de audios!», suplica Mariana Delfino en el grupo que comparte con sus amigas del colegio. Su negativa radica en que ella (como otros) cree que para escuchar el mensaje debe compartirlo con todos los pasajeros del colectivo. No sabe -más bien se niega a comprobar- que si el celular se apoya sobre la oreja, tal cual cuando uno habla por teléfono, la voz sólo se reproduce en la intimidad de su oído. Pero no hay caso, si llega un audio, sistemáticamente ella lo ignora.Fanáticos y evangelizadores. Los que van caminando por la calle y son capaces de grabar una historia en cinco minutos con el fastidioso sonido de fondo de bocinas y gritos callejeros, que luego entorpecen la escucha para el que lo recibe del otro lado. Cuando WhastApp dio a conocer la herramienta, claro, fue un furor. Pero como cualquier otro «grito de la moda» el boom luego pasó y los pequeños íconos del triangulito «play» comenzaron a disiparse en las conversaciones. También se incorporó el debate al decálogo de usos y costumbres que Julieta Otero ideó para la serie Según Roxi, que fue furor en la Web y luego desembarcó en el cable.
Pero hay más. Y doy fe. Nada puede resultar tan odioso como recibir siete mensajes de voz seguidos porque al que graba se le resbala el dedito. La paciencia tiene sus límites.
Soledad Vallejos.