EXTRAÍDO DE LA REVISTA REALIDAD ECONÓMICA #299
por Gustavo Daniel García
La creciente industrialización se reflejó en un proceso de radicación por medio de la extranjerización por concentración del capital. Reflejado en un modelo de organización de la producción basado sobre una copia en escala de la casa matriz. La protección arancelaria y paraarancelaria se tornó en un mecanismo clave de acumulación al abastecer al mercado interno en forma escindida de la competencia externa.
Por lo tanto el capital extranjero se caracterizó por la presencia de empresas de gran tamaño. Radicadas en sectores capital-intensivos donde predominaban unas pocas empresas en mercados concentrados y oligopolizados. Los nuevos sectores predominantes fueron las plantas automotrices, la petroquímica, y el sector siderúrgico-ferroso y no ferroso. A pesar del cambio estructural logrado a partir del desarrollismo, el capital extranjero no llegó a integrarse productivamente hacia todos los niveles por sí solo.
Al concentrarse únicamente en los sectores de insumos y consumo durable, relegó la provisión de bienes de capital al mercado externo, reflejada en una dependencia tecnológica hacia ellos. Todo agravado por la creciente extranjerización y sus consecuencias en los pagos de utilidades y dividendos, junto con los royalties de la importación tecnológica.
Sin embargo, los estrangulamientos externos comenzaron a aliviarse, dando lugar a la etapa de crecimiento más larga de la historia argentina (1964-1974). A partir de la década de los ‘70 y ‘80 ocurren profundas transformaciones internacionales. Un quiebre considerable con respecto a la etapa anterior se constituye en la reconfiguración de una nueva distribución del trabajo en la escala planetaria que nuestro país adoptó plenamente. En esta dinámica la organización mercado internista de las multinacionales mutó por una basada sobre estructuras transnacionales.
Caracterizadas por la búsqueda de las ventajas comparativas de cada país sobre la base de la configuración de Cadenas Globales de Valor (CGV). De esta forma las empresas extranjeras comenzaron a vincularse en actividades de bajo contenido tecnológico, concentrando aquellas actividades ubicadas en los extremos, sea al principio de la cadena -el diseño, investigación, desarrollo de componentes-, como al final -marketing y distribución- en los países de origen. Relegando en los países periféricos las tareas intermedias -como el ensamblado, para dar un ejemplo extremo.
Estas transformaciones entran de lleno en la Argentina durante la última dictadura cívico-militar. Ya que el proceso de creciente industrialización es detenido, dando lugar a un nuevo régimen de acumulación. El núcleo de acumulación mismo pasó al dinamismo de la valorización financiera, desplazando la producción industrial como referencia del crecimiento de los sectores oligopólicos. Un conjunto reducido de empresas nacionales y extranjeras obtuvieron una posición de privilegio.
Sin embargo no cualquier tipo de empresas se constituyó en ganadora del período, sino aquellas que presentaban cierto grado de diversificación caracterizadas por los conglomerados extranjeros o los grupos empresarios locales. El predominio de la centralización del capital por sobre la concentración económica desplazó a la empresa como unidad de análisis para centrarse sobre los grupos económicos. En paralelo, el capital extranjero tuvo que redefinir su estrategia de acumulación. Mientras cierta parte repatrió su capital, otra se alineó con el nuevo bloque de poder -la oligarquía diversificada – junto al régimen de acumulación dominante.
La coherencia de las políticas económicas de la última dictadura cívico-militar se reflejó en el detenimiento de los avances, como así también en dar marcha atrás, con los derechos de los sectores populares. Para ello debieron instaurar un cambio estructural en la dinámica económica por medio del terrorismo de Estado.
Mientras la evolución del salario otrora comprendía una variable clave en el dinamismo de la demanda y la realización de la ganancia, a partir del quiebre estructural instaurado por la revancha oligárquica, comenzó a considerarse como un costo al cual se busca reducir.
La apertura económica y financiera agregó importancia a los distintos renglones de la balanza de pagos. En materia comercial, la baja de la protección sustituyó la producción nacional con productos importados, concentrando el tejido industrial en las ramas más eficientes. Sin embargo estas últimas se conjugaron en la presencia de ventajas comparativas de bajo contenido tecnológico, basadas sobre la simplificación productiva. Es decir el cambio estructural de la dictadura consistió en trasformar la estructura productiva en una plataforma exportadora e importadora a costa del proceso de industrialización
La apertura financiera de esta etapa posee varias aristas a mencionar. En primer lugar la liberalización de las actividades bancarias por medio de la ley de facto 21.526.
En segundo lugar la liberalización del mercado cambiario en paralelo con la libre convertibilidad de la moneda nacional con la extranjera.
Por último la sanción de la ley de facto 21.382 que regula el Régimen de Inversión Extranjera5 . Dichas reglamentaciones siguen aún vigentes, y ningún gobierno democrático posterior ha modificado el esquema. La única excepción la constituye la tardía eliminación de la libre convertibilidad, que siguió vigente hasta 2011.
Bajo este esquema financiero, el Estado, las empresas públicas como privadas, comenzaron a endeudarse. Como así también a fugar los ingentes ingresos financieros por medio de la formación de activos en el extranjero. La llegada de la democracia no modificó los problemas estructurales instaurados por la dictadura. Durante este período, los flujos de Inversión Extranjera Directa (IED) estuvieron deprimidos principalmente por la Crisis de la Deuda en América Latina y el Caribe (AL&C).
Los reducidos montos estuvieron circunscriptos a las promociones industriales y al plan de Capitalización de la Deuda, concentrándose en sectores exportadores con el único fin de obtener las divisas necesarias para el pago de la deuda, en los ansiados superávit gemelos
Durante la década de los noventa, se encararon políticas económicas que tendieron a profundizar los quiebres anteriormente mencionados. La estabilización de los precios, las privatizaciones, y la apertura financiera y comercial fueron la base de los mecanismos de acumulación acelerados de los segmentos concentrados.
A su vez la Argentina y AL&C fueron testigos de ingentes flujos de IED que provocaron una acelerada internacionalización de la economía. Sumándole la entrada de la Argentina al CIADI (Centro Internacional de Arreglos de Diferencias Relativas a Inversiones) en el año 1994. Junto a la firma de 58 Tratados Bilaterales de Inversión (TBIs) a lo largo de la década de los noventa, de los cuales 55 siguen actualmente vigentes (Schorr, Gaggero, Wainer, 2014).
En el comienzo de la convertibilidad los flujos de IED fueron explicados por el traspaso de los bienes comunes como forma de remediar la incobrabilidad de la deuda estatal. El esquema adoptado conjugaba una participación tripartita en la propiedad de las empresas privatizadas: un grupo económico local relegado a la administración, un banco extranjero que brindaba los bonos del Estado, y una empresa extranjera en el desarrollo de las actividades más complejas -técnica y logística-. Posteriormente los grupos económicos locales y los bancos extranjeros vendieron sus participaciones a sus socios extranjeros. En la segunda mitad de los noventa se concretan la salida y venta de empresas privadas nacionales y la compra por parte de inversores extranjeros.
A diferencia del período de industrialización dirigida por el Estado, la IED asume la forma de extranjerización por centralización del capital. Es decir la IED no consistió en la instalación de empresas nuevas o en la ampliación de la capacidad productiva como otrora (Schorr, Wainer, 2014). En la posconvertibilidad los flujos de IED no se detuvieron. Como así tampoco los procesos de centralización del capital y extranjerización. La profunda depresión de los años 1999-2002 provocó el derrumbe del mercado interno. En consecuencia tomaron fuerza las estrategias de reprimarización con apuesta al mercado internacional.
Los sectores extractivos en general, y minero, petrolero y sojero en particular obtuvieron una mayor relevancia hacia el final de la convertibilidad y el principio del nuevo milenio. Impulsados en parte por la fenomenal transferencia de ingreso hacia los sectores exportadores a través del shock de la megadevaluación del año 2002, sumado el aumento de precios internacionales de los commodities.
En consecuencia los dólares financieros del capital extranjero que alimentaron la etapa de la convertibilidad fueron reemplazados por los dólares comerciales de unas pocas empresas extranjeras. El peso de un reducido número de empresas extranjeras ligadas con la exportación, configuran un poder de veto ante cualquier política económica.
La perspectiva a futuro de la economía argentina se encuentra comprometida. El devenir de los sectores populares se presenta determinado por los vaivenes financieros y comerciales del resto del mundo. Sobre todo ante un marco regulatorio de la inversión extranjera sin restricción alguna. Por lo tanto esperar un cambio estructural en estas condiciones sería demagógico.
Una hipótesis consistiría en que las continuidades son nuestras y las rupturas ajenas. Son propios los marcos regulatorios, los acuerdos internacionales, la falta de una política industrial, y la reprimarización que ello implica. Las rupturas vienen de afuera ya que el sistema mundo está en permanente cambio. Y esos cambios y atropellos hacen mella en nuestra economía. Tanto el ascenso de los capitales de países en desarrollo como los vaivenes financieros internacionales constituyen los ejemplos. Ante un escenario a la baja de las rentabilidades de los sectores extractivos, como del capital en su conjunto, implica una presión a la redistribución del ingreso.
Los reclamos de éstos se reflejan en la devaluación de la moneda, el ajuste fiscal, y la restricción monetaria como políticas horizontales al capital en su conjunto. Como así también se pueden visualizar en reclamos sectoriales a través de prebendas, exenciones impositivas, disminución de las retenciones, otorgamiento de subsidios, mantenimiento de precios internos por sobre los externos, etc. El sector petrolero es un ejemplo claro de la actual redistribución del ingreso de la sociedad en general, como de los distintos niveles del Estado en particular.