Por Leonardo Eiriz
Estando en una reunión con amigos, debatíamos acerca de las próximas elecciones y en medio de esas discusiones aparecieron temas de actualidad, en especial la pandemia, la cuarentena y, por supuesto, la vacunación.
A propósito de la vacunación, alguien mencionó lo de siempre, que si en lugar de apostar por la Sputnik-V el gobierno hubiera apostado por la Pfizer, habríamos tenido muchos menos muertos.
Yo atiné a mencionar que inicialmente se apostó por la AstraZeneca, pero rápidamente me taparon con la frase -Nos quieren llevar al comunismo-.
La discusión siguió con el tema de la vacuna y otros de actualidad política hasta que, por fin, nos pusimos a hablar de futbol.
Pero me quedé pensando en eso del comunismo y cómo tienen capacidad los medios para instalar cualquier cosa sin el menor sustento.
Cualquiera que conozca algo de historia reciente sabrá que al finalizar la Segunda Guerra Mundial el mundo entró en una nueva era en la que quedaría polarizado por Estados Unidos y la Unión Soviética. Y pasaría casi medio siglo de creciente tensión, peligro y amenazas de volar todo.
Pero, aunque entonces la Unión Soviética era comunista, esa bipolaridad nunca fue verdaderamente ideológica en términos de derecha o izquierda. Era, en realidad, la intención de imponerse como potencia y dominar el globo.
Eso duró hasta la caída del Muro de Berlín, primero, y de la Unión Soviética de Gorbachov poco tiempo después. La década siguiente, la del 90’, sería toda de Estados Unidos.
Quizá eso explique el giro de 180 grados dado por el expresidente Menem, quien cambió sus promesas de revolución industrial y salariazo para abrazar el capitalismo de extrema derecha de Estados Unidos y su Consenso de Washington.
Pero el planeta es muy grande, muy diverso y muy complejo. Y las sociedades, muy desiguales entre sí y hacia adentro. Y esas desigualdades son caldo de cultivo para disidencias de todo tipo. Si Estados Unidos hubiera tenido verdaderamente intención de imponer al mundo su idiosincrasia socioeconómica, debiera haber procurado el bienestar socioeconómico de las diversas y distantes sociedades que componen ese mundo. En general, cuando las sociedades gozan de bienestar son propensas al status quo.
Pero, como líder mundial, Estados Unidos nunca procuró el bienestar socioeconómico de sus vecinos planetarios y, al no hacerlo, incitó a que su liderazgo fuera desafiado. Ese desafío se hizo visible al mundo el 11 de Septiembre de 2001. Ese día marca, quizá, el despertar norteamericano de que su sueño de hegemonía unipolar no sería posible. Pero no serían, por supuesto, Bin Laden y Al Qaeda quienes verdaderamente le disputen el poder a los Estados Unidos. Serían contendientes de mucho mayor peso.
Por un lado, China, que dicho sea de paso hace rato dejó de ser comunista, un día se dio cuenta que siendo casi un quinto de la población mundial, podía tener la fuerza para ser, cuanto menos, una de las patas dominantes del mundo.