REFORMA LABORAL

por Sergio Carpenter, economista del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE)

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Seguirle la pista a la evolución de la cúpula empresarial no es tema menor: muestra la dimensión del bloque del poder económico y echa luz sobre la suerte del patrón de acumulación realmente existente.

Dos importantes trabajos publicados en Realidad Económica Nº 297 , fueron presentados en una actividad en la UNSM convocando al debate a tres destacados intelectuales. El resultado: un abordaje particularmente potente de la temática, con un corolario de saberes y nuevas preguntas. Luego, Realidad Económica Nº 299, presentó otro trabajo sobre el capital extranjero. Al año 2014, la cúpula empresaria representaba cerca de 20% del PIB, el 62% del total de exportaciones y aportaba unos 25 mil millones de dólares de superávit comercial.

En dicho universo, el peso de las empresas extranjeras llegaba al 51% de las ventas y a unos 16.700 millones de dólares de superávit comercial . Marisa Duarte y Claudio La Rocca siguen la evolución de los grupos económicos nacionales (GEN) en el periodo del régimen de Convertibilidad (1991-2001).

Estos GEN ganaron la pulseada del poder hacia el final del mandato de Raúl Alfonsín, jugaron en bloque con los capitales financieros y productivos transnacionales e impulsaron -con Menem- un programa de privatizaciones, desregulaciones y tipo de cambio fijo, que terminó afectando el empleo y el salario argentinos. Se impulsó así otro proceso transformador de salario en renta del capital más concentrado, una suerte de consenso de clase que, bajo el influjo del nuevo paradigma, generó estrategias concentradoras o diversificadoras o de integración vertical en los grupos económicos nacionales.

Así, trataron de sortear las nuevas reglas de la política económica neoliberal que significó redefiniciones en las relaciones intercapitalistas, entre ellas, por ejemplo, la competencia abierta al capital extranjero. En 1991, existían 26 GEN en la cúpula empresarial, pero hacia el año 2000 quedaban sólo 8. Duarte y La Rocca relevan información sobre el proceso de ventas implícito, que se inicia hacia 1995. Si el universo se expande a las 500 grandes empresas, se tiene que 198 cambiaron de manos, un 71% al capital mayoritariamente extranjero.

Las empresas locales pasaron de representar un 40% a un 21% del valor agregado correspondiente a ese conjunto de 500 grandes. Una pérdida notoria del poder sustentado por el gran empresariado local, en un proceso que fue transitado tan “silenciosamente” que llama la atención de los autores. La actitud de dicho grupo se asocia a las dificultades de sortear las nuevas condiciones de las relaciones intercapitalistas que el Estado neoliberal propició, a la inexistencia de un Estado como “prestamista de última instancia” tal lo observado en 1982 cuando se estatizó la deuda de las empresas privadas, y a la posibilidad realmente existente de dolarizar los acervos de capital y fugar.

Hubo estrategias preventivas respecto de los patrimonios deudores en dólares (Sevel, Corcemar, Massuh), pero también casos en lo que se apostó a la ampliación de la base industrial con salida productiva al exterior (Arcor, Bagó y Ledesma). Con el fin del régimen de Convertibilidad, el Estado fue al rescate del sector financiero y de algunos grupos (AGEA Clarín) pero “los GEN que perdieron debieron afrontar sus deudas con patrimonio propio”. Por su parte, Alejandro Gaggero y Martín Schorr analizan la cúpula en el período del Kirchnerismo. Trabajan en identificar las “líneas de ruptura y de continuidad” y los cambios que hubo en el perfil de especialización productiva y de inserción en la economía internacional de la cúpula respecto del período anterior, el de la Convertibilidad.

Muestran que logran aumentar su participación en el producto, subiendo 4% de PBI entre los años 2001 y 2014, indicativa del aumento de la concentración global. Se consolida, además, una estructura con fuerte predominancia del capital extranjero y control sobre los saldos comerciales. Son las empresas que mayoritariamente generan superávit comercial pero que paralelamente, propician mecanismos de fuga de esos excedentes, tales como remesas de utilidades y dividendos; pago de patentes, regalías y honorarios al exterior, pago de precios de transferencia, de costos financieros, entre otros.

El núcleo duro de la cúpula, las 50 más grandes, generan cerca del 87% del saldo comercial de la cúpula, unos 21.700 millones de dólares. Las empresas industriales recuperan posiciones en el periodo 2001-2014, del 41% al 50% del total de ventas. Por su parte, el “gran capital nacional” resulta mayoritariamente ligado a la explotación de recursos naturales y a la producción de bienes y servicios no transables.

En la posconvertibilidad, se afianzan ciertos nuevos actores del capital nacional, en actividades y “áreas de negocios” que quedan a resguardo de la competencia externa y que fueron promovidos desde el Estado: juegos de azar, recolección de residuos, ensamblado de electrodomésticos, construcción, laboratorios medicinales, venta de electrodomésticos, segmentos del sector energético, entre otros. La presencia estatal en la cúpula tuvo cierto movimiento a través de su participación en YPF y de las tenencias minoritarias en empresas privadas como resultado de la reforma previsional que estatizó los fondos jubilatorios. Para Fernando Porta, el abordaje de la cúpula debe ser multidisciplinar.

Entiende que el análisis de las estrategias de las grandes constelaciones empresarias responden a decisiones derivadas de tres espacios diferentes: el de las instituciones y la regulación estatal, el del sustrato tecno productivo y la evolución sectorial, y el que surge de la estrategia del grupo empresarial en particular. Las preferencias políticas de la cúpula se sustentan sobre lo que el Estado puede hacer en torno de la relación capital trabajo; además, el rol del Estado sirve de mediador en la puja distributiva, que opone a dos actores poderosos: trabajadores y capitalistas, ambos con un alto nivel de representación en la Argentina. En los años ’90, los cambios regulatorios fueron decisivos en la mediación del conflicto intercapitalista. Precisamente en esa década, afirma Enrique Arceo, el libre cambio era la ideología dominante y el eje central de subordinación de las burguesías nacionales. El capital financiero es condicionante global de las posibilidades de reproducción del capital, anclando sus límites.

El capital financiero y la oligarquía doméstica resultan imbricadas al capital extranjero. ¿La convertibilidad es el fruto de los grupos? Desde los años ’70 hubo cambios cualitativos en los actores, que tienen capacidad de poner límites a las políticas nacionales. Los capitales nacionales impulsan el proyecto del capital transnacional, pero también usan al Estado para crear o ampliar ámbitos privilegiados de acumulación, cuestión que no implica un proyecto diferente del que impulsa el capital transnacional.

Lo que cambió fue el tipo de Estado y no fue una mala apuesta de los grupos. Aunque no tenían espalda financiera y mantenían problemas con la base tecnológica, encuentran condiciones de competencia y adversarios transnacionales dentro de sus mercados. Así, sobrevivieron los que contaban con una base tecnológica propia. El retiro de los grupos nacionales es también un impulso reprimarizador.

Luego, en la posconvertibilidad, el Estado dio una batalla en el orden de la distribución, pero no se alteró el bloque del poder dominante. Entonces, las continuidades tienen que ver con la conformación de ese grupo y las discontinuidades con el conflicto redistributivo, en alta tensión. Las estatizaciones –totales o parciales- en Aguas Argentinas, Correos o YPF son relevantes en ese contexto, aunque no constituyeron intervenciones en las disputas intercapitalistas del bloque de poder. Para Ana Castellani, “el objeto del deseo está puesto ahí, en qué tipo de Estado” se quiere.

La cúpula es explícita: quiere más mercado y menos Estado. El bloque del poder cambió decisivamente su estrategia hacia 2012: se incrementa la financiación de su acción política, un expresión observable ello. Parece crucial en la subjetividad empresarial la percepción de un rol del Estado al que percibe hostil, que impulsó el análisis de los costos empresariales, de las cadenas de valor, que genera “intolerables” obligaciones informativas. Recuerde el lector, las resistencias al proyecto de ley vinculado con la distribución de ganancias y la obligación informativa de los balances contables a los sindicatos.

Esto y la posibilidad de intervenir en la cuestión de la reinversión de las utilidades obtenidas, o no poder “cautelizar” judicialmente o detener la aplicación de Ley de abastecimiento, convence al bloque dominante de la necesidad de cambio. Entonces, tenemos que el periodo kirchnerista fue de “intervención en el ámbito circulatorio y no en la estructura productiva”, del tipo de experiencias que condicionan durante cierto tiempo la “dictadura” del capital (Porta).

La tensión se configuró entre la redistribución y un modelo de acumulación subordinado al capital extranjero (Arceo). Como fuere, la cuestión es que el bloque de poder económico se hizo, nueva y directamente, del poder político en la Argentina. Medió para ello el poder ideológico o las condiciones de “.hegemonía” a las que hace referencia, entre otros, Boaventura de Sousa Santos.

Entonces, surgen desafíos que no son ajenos al análisis de la cúpula empresaria. ¿Cómo se rearma una estrategia que recomponga el campo popular? ¿Cuáles serían los sectores que confrontaría, quienes sus aliados? La respuesta histórica, una alianza social de trabajadores y una parte nacional de la burguesía, ¿será posible? Con una historia que dejó sectores que fueron repelidos o refractarios de la alianza política de gobierno, ¿cómo se reconstruye? Difícil, pero sin aprender de los errores, más difícil. Queda al descubierto una visión falaz, lo popular no es la relación del líder con las masas.

La articulación política y técnica del gobierno y los movimientos sociales en que se apoya, es un ámbito que potencia la democracia, un mundo del cual hay mucho que aprender y que fue abordado analíticamente por Carlos Matus. Habrá problemas en la construcción de la fuerza política transformadora si no se puede aprender de la historia vivida.

Hay revoluciones burguesas que no las hacen los burgueses, tenemos ejemplos en los casos de China, India o Japón. Parecería que el Desarrollo quizás habría que encontrarlo fuera del mito de “lo nacional y popular”, sugiere Arceo, un poco en serio y un poco en broma. Lo seguro es que se necesitan un Estado y una alianza social nacional, que legitimen la democracia.

La cuestión central parece ser, entonces, la del Estado. No se contó con un Estado con capacidad para pensar cómo planificar y jerarquizar qué producción, qué sector. Y se necesita un Estado que haga eso.

Un Estado que piense y despliegue soluciones al problema de la restricción externa al crecimiento, al problema de la administración de los flujos de divisas y tantos otros. Un Estado que intervenga en las cuestiones centrales, en la creación del empresariado nacional y sus aliados. Pues como dijo el “economista latinoamericano”, el gran maestro del pensamiento nacional, don Aldo Ferrer: “El empresario es, en definitiva, una construcción política”.

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