por Gonzalo Carbajal

Habría que apelar a la memoria de los más grandes para saber si hace 40 o 50 años la manera en que un gobierno comunicaba sus medidas era un tema cotidiano de quienes no se dedicaban al análisis político o al periodismo.

¿Desde cuándo la cuestión de cómo enuncia un gobierno, del relato, es algo de lo que se puede opinar hasta en los almuerzos de Mirtha Legrand? Suele escucharse que de fútbol todo el mundo opina, lo mismo sucede con la comunicación.

Daría la impresión de que el nuevo frente abierto para el gobierno de Mauricio Macri pasa por la manera en que comunica. Tanto es así que hace unas semanas el mismo jefe de Gabinete tuvo quesalir a responder por Facebook a Elisa Carrió -integrante de su alianza- que había afirmado que su gobierno «comunica mal, el momento es muy difícil para todos y nadie puede llegar a fin de mes».

En esa oportunidad Marcos Peña le respondió que estaba equivocada y que lo fundamental era entender que este gobierno comunica distinto al de Cristina. Explicaba -con razón- que hoy en día es todo más horizontal, de ahí la mayor importancia dada al uso de las redes sociales y el menor volumen en la comunicación masiva unidireccional.

Unos días después, también el diario La Nación se animó con el tema en una nota que incluye una entrevista en video que no tiene desperdicio. La nota se toma el trabajo de desmenuzar varios episodios en los que el hacer y el decir del gobierno no fueron de la mano y algunos en donde directamente fueron norma, como en el caso Panamá Papers, en que el presidente ha cambiado sus declaraciones a medida que aparecen nuevos datos sobre su patrimonio en el exterior.

Esa entrevista de Pablo Sirvén a Marcos Peña es muy interesante porque discurre por varios de los puntos que se suelen poner a consideración cuando se habla de la comunicación de gobierno. El periodista, aún contra su voluntad, pone en aprietos al funcionario que termina aceptando que no cree que los niveles de aceptación del gobierno de Cristina se hayan debido a la profusa comunicación que llevaba adelante, “no creo que sea por eso”, afirma.

¿Comunicación o algo más?

De alguna manera, en los últimos años se habían construido dos mitos que funcionaban a la par, que eran mutuamente opuestos y servían a cada una de las partes para justificarse a sí mismas. Son los que están bien presentes en las respuestas de Peña.

Por un lado, la supuesta “maquinaria comunicacional” del gobierno de Cristina, que estaría apoyada en la distribución de una “abultada” pauta oficial, el uso discrecional de las licencias que otorgaba la AFSCA, el canal Telesur y las cadenas nacionales. Por el otro, el estilo supuestamente espartano de una comunicación directa a los ciudadanos, con mayor uso de las redes sociales, con conferencias de prensa, sin cadenas, con una cuarta parte del presupuesto en publicidad oficial y “despolitizando” el Fútbol para Todos.

Mientras pensamos en los dichos de Peña, nos informamos de que este fin de semana se conocieron encuestas que muestran que la imagen del gobierno de Mauricio Macriy la de él mismo sigue deteriorándose. De diciembre a esta parte Macri perdió casi trece puntos de imagen positiva (de 58 a 45,1) y las expectativas de la ciudadanía no son mejores para el recién llegado segundo semestre.

La pregunta que nos hacemos a la luz de estos datos es si es posible que todavía se le siga dando tanta importancia a la comunicación de un gobierno como si fuera algo separado de la política, capaz de ser administrado como un dispositivo con lógicas independientes de la misma acción que la produce.

Algo de eso se desprende de las afirmaciones de que el problema de Cambiemos por estos días se reduce a “la falta de cadenas” (Mirtha Legrand) o directamente a la “mala comunicación” (Elisa Carrió). La “comunicación de baja intensidad” y la carencia “de un nuevo relato” (Pablo Sirvén) o que “faltó explicar mejor los aumentos de tarifas” (Orlando D’Adamo).

Dice el informe de CEOP que publica Página/12 “Entre la mayor parte de estos ciudadanos urbanos la realidad ha superado al deseo, el cambio dejó de ser un significante vacío y sus consecuencias no representan a la Argentina que ellos esperaban”.

Se ha dicho que uno de los logros del kirchnerismo es haber puesto sobre el tapete algo que siempre estuvo escondido debajo de la mesa: que la comunicación es un elemento fundamental para la política, y que los medios de comunicación no son actores neutrales. Es hora de entender que la ciudadanía ya no necesita como hace décadas de los grandes medios de comunicación para decodificar lo que le sucede. Recibe directamente y compara con su experiencia concreta. Esos grandes medios han perdido el valor que tenían otrora en la configuración del mundo y cada vez el margen para influir en los comportamientos se achica.

En tiempos en que la información nos llega por dispositivos que llevamos encima todo el día, nos resulta más sencillo -casi automático- contrastar los mensajes con las realidades efectivas. Tan sencillo como habitual expresar nuestros pareceres en las redes sociales.

El gobierno nacional estaría con problemas ahora que ha pasado de la campaña al gobierno y esos problemas no se resuelven con comunicación porque son de otra índole. Algo de eso decía Álvaro García Linera hace unas semanas, y haría bien Marcos Peña en escucharlo “cuando uno es gestión de gobierno, cuando uno se vuelve Estado, la economía es decisiva (…) cualquier discurso, por muy seductor, por muy esperanzador que sea, se diluye ante la base económica”.

El macrismo ha sido bueno para hilvanar un relato de campaña con fuerte despliegue en las redes sociales. Si en ese escenario -del que hizo uso también para perseguir trabajadores estatales- hiciera un seguimiento detallado observaría el notorio silencio al que se han llamado sus votantes. Volvieron las fotos de gatitos al Facebook.

Cuando el gobierno no sólo no ha disminuido sino que ha redoblado el volumen de comunicación en las redes, ese silencio nos permitiría decir muchas cosas. Elijamos una: no es la comunicación, es la política, estúpido.

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